23.11.08

Rosquillas argentinas

José  Juarez, oriundo de la provincia de Buenos Aires, tiene 29 años y llegó a Chile hace tres, sin conocer el país y con afanes aventureros. “Me vine por pura fantasía”, dice con un marcado acento argentino. Durante la noche trabaja como conserje en un edificio de Peñalolén, cercano a su hogar, donde recibe un sueldo de $220.000 .En  el día labura como vendedor ambulante de rosquillas en la salida nororiente de la estación de metro Escuela Militar.


Todos los días a las 17:00 hrs llega el “carmelo argentino”, como le llaman los ambulantes del sector, con su canasto de a lo menos 150 rosquillas, las cuales equivalen a $15.000 en caso de que las venda todas, cosa que siempre sucede. No regresa a su hogar hasta que el canasto quede vacío, lo cual gracias a la gran afluencia de público que circula por los alrededores del metro, ocurre a esos de las 19:00 hrs.


A pesar del tiempo que ha transcurrido, no desea volver a Argentina. “Nada, nada extraño. Nunca me he sentido discriminado. Yo ya tengo mi vida hecha acá”.Conoció a su actual esposa, Ana Sofía, en Chile hace un año. Ella es peruana y juntos tienen una hija de cinco meses, la cual es chilena. Todas las mañanas Ana Sofía es la encargada de preparar las 150 rosquillas que su esposo al despertar, luego de su trabajo nocturno, saldrá a vender. 


Es la opción de vida a la cual debieron comprometerse después del nacimiento de su hija, por las atenciones que un recién nacido apremia. Es por este motivo que ella no trabaja fuera del hogar. Y a esto se suma la reciente renuncia de José (5 meses) a su antiguo trabajo, donde se desempeñaba como barman en un pub-discoteque, “Rapa nui” ubicado en el barrio universitario, luego de que el local perdiera una de sus dos patentes, la de discoteque, lo cual significó reducción de sueldo a causa de la baja clientela.


Siempre está atento a lo que sucede a su alrededor. En la única oportunidad en que baja la vista es para sacar las rosquillas del canasto, pero ni siquiera en ese momento pareciera bajar la guardia. José pasa el día y la noche cuidando sus alrededores. Si no es como nochero protector, es como vendedor ilícito. 


Durante las dos horas que el trasandino está en Escuela Militar, su cara estoica no cambia. El ambiente siempre es tenso. “Quiero ver un poquito. Está complicado por acá. Los pacos están por llegar”, les dice a sus clientes cada vez que siente el peligro. Él ya sabe cómo es ser detenido por los carabineros lo han detenido en tres ocasiones.“Hay que saber comportarse. Lo acepto en cierto modo porque uno no tiene un comercio establecido…es entendible”, dice José dudoso de sus últimas palabras.


El sonido de alerta cuando un “paco” rondea el sector, como le dice José a los carabineros, siempre es el mismo. Todos mueven sus cabezas buscando a la policía y dejan de gritar sus productos para así escuchar mejor la alerta .Es un aviso ya conocido entre los paños, como se hacen llamar entre sí los vendedores ambulantes. 


Cuando él se retira, la única huella que queda de su paso es el azúcar flor esparcida en el piso. En el transcurso de la noche el viento la borrará, pero da igual, a la tarde siguiente el “carmelo argentino” regresará con el mismo canasto lleno de rosquillas.

2 comentarios:

Alfredo Sepúlveda dijo...

La última foto y su respectivo texto me parecieron notables. Felicitaciones. A veces una sola foto levanta todo el artículo. En general hay una buena relación entre fotos y textos. Aunque hay cierta repetición en las fotos y la cara de él la vemos solo al principio y de lejos. Pero en general muy bien.

Jen dijo...

El profesor comento lo mismo que te dije yo, "Cuando él se retira, la única huella que queda de su paso es el azúcar flor esparcida en el piso", yo no me hubiese dado cuenta.

Saludos.