24.11.08

Video de opinión








En caso de que el video anterio no se vea, aquí tiene otra versión del mismo

23.11.08

"Hay gente que no se atiende conmigo por el puro hecho de ser peruano"



Benny Becerra Calderón tiene 21 años y es de Cuzco, Perú. Vive en la comuna de Independencia junto a una comunidad peruana y lleva tres años en Chile. Se vino siguiendo a sus dos hermanas y actualmente trabaja como vendedor ambulante de artesanías.

Rosquillas argentinas

José  Juarez, oriundo de la provincia de Buenos Aires, tiene 29 años y llegó a Chile hace tres, sin conocer el país y con afanes aventureros. “Me vine por pura fantasía”, dice con un marcado acento argentino. Durante la noche trabaja como conserje en un edificio de Peñalolén, cercano a su hogar, donde recibe un sueldo de $220.000 .En  el día labura como vendedor ambulante de rosquillas en la salida nororiente de la estación de metro Escuela Militar.


Todos los días a las 17:00 hrs llega el “carmelo argentino”, como le llaman los ambulantes del sector, con su canasto de a lo menos 150 rosquillas, las cuales equivalen a $15.000 en caso de que las venda todas, cosa que siempre sucede. No regresa a su hogar hasta que el canasto quede vacío, lo cual gracias a la gran afluencia de público que circula por los alrededores del metro, ocurre a esos de las 19:00 hrs.


A pesar del tiempo que ha transcurrido, no desea volver a Argentina. “Nada, nada extraño. Nunca me he sentido discriminado. Yo ya tengo mi vida hecha acá”.Conoció a su actual esposa, Ana Sofía, en Chile hace un año. Ella es peruana y juntos tienen una hija de cinco meses, la cual es chilena. Todas las mañanas Ana Sofía es la encargada de preparar las 150 rosquillas que su esposo al despertar, luego de su trabajo nocturno, saldrá a vender. 


Es la opción de vida a la cual debieron comprometerse después del nacimiento de su hija, por las atenciones que un recién nacido apremia. Es por este motivo que ella no trabaja fuera del hogar. Y a esto se suma la reciente renuncia de José (5 meses) a su antiguo trabajo, donde se desempeñaba como barman en un pub-discoteque, “Rapa nui” ubicado en el barrio universitario, luego de que el local perdiera una de sus dos patentes, la de discoteque, lo cual significó reducción de sueldo a causa de la baja clientela.


Siempre está atento a lo que sucede a su alrededor. En la única oportunidad en que baja la vista es para sacar las rosquillas del canasto, pero ni siquiera en ese momento pareciera bajar la guardia. José pasa el día y la noche cuidando sus alrededores. Si no es como nochero protector, es como vendedor ilícito. 


Durante las dos horas que el trasandino está en Escuela Militar, su cara estoica no cambia. El ambiente siempre es tenso. “Quiero ver un poquito. Está complicado por acá. Los pacos están por llegar”, les dice a sus clientes cada vez que siente el peligro. Él ya sabe cómo es ser detenido por los carabineros lo han detenido en tres ocasiones.“Hay que saber comportarse. Lo acepto en cierto modo porque uno no tiene un comercio establecido…es entendible”, dice José dudoso de sus últimas palabras.


El sonido de alerta cuando un “paco” rondea el sector, como le dice José a los carabineros, siempre es el mismo. Todos mueven sus cabezas buscando a la policía y dejan de gritar sus productos para así escuchar mejor la alerta .Es un aviso ya conocido entre los paños, como se hacen llamar entre sí los vendedores ambulantes. 


Cuando él se retira, la única huella que queda de su paso es el azúcar flor esparcida en el piso. En el transcurso de la noche el viento la borrará, pero da igual, a la tarde siguiente el “carmelo argentino” regresará con el mismo canasto lleno de rosquillas.

"Mil pesos señorita. Consulte, vea"


La población inmigrante en nuestro país aumenta cada día más, ya sean legales o no. De todos estos nuevos chilenos, el 5% corresponde a ecuatorianos.

En la esquina de Cirujano Guzmán con Providencia se instala uno de ellos. David Cachiguago proveniente del norte de Ecuador, específicamente de Otavalo, vende artesanías por todo Santiago. Tiene 21 años y hace dos meses está en Chile con visa temporaria, con duración de noventa días. Pero no es la primera vez que visita nuestro país, ya que ha estado seis veces en total, “yendo de aquí para allá”, tal como él dice. Visitó Chile cuando tenía trece años, pero sólo estuvo tres meses. En las otras oportunidades, tal como ésta, ha estado por motivos de trabajo. Actualmente arrienda una pieza en Estación Central

David es un hombre pequeño, moreno, de melena oscura y con rasgos que denotan la herencia indígena típica de su país. Pero no es mestizo, aunque a primera vista se piense así. “Los chilenos generalmente me confunden con peruanos, pero a mi no me molesta”, aclara tímidamente ante la posible confusión de los transeúntes. Pero hay un dato no menor, que hace que David se asemeje poco o nada a muchos ecuatorianos en Chile: es descendiente de una de las razas más antiguas de su país, los Runas. “Hablamos kichwa y todos nos parecemos mucho. Los hombres Runas usamos el pelo largo, pero esto igual depende. A mi no me gusta y me lo corté un poco”, cuenta. Lleva tatuado sobre su brazo derecho el rostro de Rumiñahui, el líder y leyenda de su tribu. Se encuentra solo en Chile, no tiene pareja por el momento ya que sabe que pronto se irá de aquí. “Yo siempre vuelvo a mi casa, tengo allá mis raíces. En Junio está la fiesta de San Juan y siempre voy. Todo eso dura una semana y se baila folclore. También tocamos instrumentos de cuerdas y viento” dice con lo ojos brillantes recordando su patria.

Ve en Chile que emprender es fácil, ya que “se necesita poco capital y no existe tanta competencia. En Colombia y Ecuador hay mucha gente dedicada a la artesanía”, explica. Cuando los carabineros le han requisado su mercancía, cosa que ha ocurrido en tres oportunidades siendo la última en Recoleta, dice que con 20 mil pesos puede seguir en su rubro. “Eso me pasó la última vez. Pero ¿sabes qué? esa vez que me pasó, yo tenia ahorrado un dinerito y tenia más materiales en mi casa comprados donde los chinos y en meiggs.”, dice emocionado.

Conoce Chile desde Antofagasta hasta Puerto Aysén. Pero aclara que aunque esté ahora en la capital, los lugares que más le gustan son Viña del Mar, Valparaíso y Los Ángeles, donde además, el negocio es mejor. Ha estado en varios países porque su trabajo se lo permite, al contrario de lo que muchos pensarían. Ha estado en Brasil, Argentina, Chile y Colombia. Con este último está más familiarizado porque vivió en Bogotá durante un tiempo con sus padres y dos hermanos pequeños, quienes aún permanecen allá. Gracias a este lazo familiar él puede enviar en algunas ocasiones mercancía para que sus padres las vendan. Otro contacto importante es su hermano, que ahora está viviendo en Roma, Italia, quien también se los recibe y comercializa. Toda esta red de ventas lo ayuda con su propósito: juntar dinero y establecer locales de ropa o artesanía en su país natal.

Para ingresar al país en la última ocasión tuvo que pedir perdón mediante una carta enviada a la embajada chilena en Ecuador. Una vez que ésta fue recibida, al ingresar a Chile debió pagar una multa de 100 dólares . Todo esto fue necesario porque violó el plazo permitido por su visa. Este procedimiento sólo ha debido seguirlo una vez, ya que ahora, que está conciente y vivió en febrero el engorroso papeleo, ha respetado al pie de la letra el periodo de permiso. Pronto cumplirá los tres meses, es por eso que sólo piensa quedarse hasta diciembre, para aprovechar la época navideña y el boom consumista, y regresar a su país en enero.

Es viernes pasado el mediodía, hora en que la mayoría de los oficinistas y trabajadores salen a almorzar. En Providencia circula bastante tráfico, entre automóviles y peatones parecen apoderarse del sector. Muchas jóvenes con perfil 'pelolais' acompañadas de miradas casi despectivas parecen invadir la avenida. En este contexto David se instala en ocasiones a vender los collares que él mismo fabrica. En un paño blanco posado sobre el cuadriculado piso de la calle, instala alrededor de 15 collares que con una forma casi artística, y a la vez rutinaria, dibuja sobre la vereda. Como el día hasta ahora no ha sido bueno, los collares que quedan marginados del mostrario transitan de manera desesperada entre su ante brazo y la punta de sus dedos. Todo este juego parte cerca del codo, donde los collares emiten un sonido casi inaudible, al igual que voz. Luego los gira todos a la vez por el ante brazo de su mano izquierda, hasta que uno de ellos llega lo bastante cerca de sus yemas callosas. En ese momento, aquel collar que pende de la punta de sus dedos lo pasa a su mano desocupada. Luego de unos segundos comienza a enrollar el elegido entre las conjeturas del dedo índice y meñique. Cuando gira aproximadamente tres veces el collar, se inclina en dirección al paño y lo ubica entre las separaciones de los collares ya estirados.

Su día comienza a las siete de la mañana, para así estar listo a las ocho y pensar en qué parte de Santiago venderá. A las nueve, en cualquier lugar de la capital, su pañoleta de collares ya estará instalada. No tiene un sitio especifico donde ubicarse. Lo que sí tiene claro es que a las dos de la tarde estará en el Paseo Ahumada almorzando en su 'picada' de siempre. Después de comer camina por las calles del centro, cosa que le encanta, para así acercarse a un ciber y comunicarse con los de su tierra. A las cuatro vuelve a las calles con otro destino y toda su mercancía. De ahí no descansa hasta las siete, que es cuando se va a su casa. Pero su día laboral no termina allí. Continuará en su pieza fabricando más colgantes para la próxima jornada. A las diez ya está en la cama, listo para conciliar el sueño.

Pese a toda la tranquilidad que tiene David, algo hace cambiar su rostro. Deja todos los collares en el paño blanco, que se desordenan cuando él toma una punta y luego las restantes. Su mochila ya está abierta y guarda rápidamente la pañoleta. Los demás vendedores ambulantes hacen lo mismo. Por la avenida Providencia aparece un retén móvil y David, con su mochila al hombro, se camufla entre los transeúntes. Nadie que no hubiese visto antes a este muchacho vendiendo, podría señalarlo y declarar que ejerce como comerciante ambulante. Es en ese momento en que le preguntamos qué piensa él sobre el hecho de que algunos chilenos crean que gente como él, o sea, inmigrantes, vengan al país a quitarles el trabajo. Entre la agitación inicial pero que aún permanece, responde: “No le quitamos el empleo a los chilenos. No he encontrado trabajo formal porque aquí se necesita tener carnet y eso es complicado. Me han dicho que en los supermercados puedo trabajar en empaque, pero no me conviene. Con la artesanía gano más”

La gente continúa pasando en ambas direcciones sin mirar el paño de David y lo collares siguen descansando en el suelo. David no se alarma y se reconforta diciendo: “En un día ganó como 15 mil pesos. Aunque claro que también hay días en que no vendo ni mil pesos. Pero cuando llega una señora, le sigue otra y así se llena”. Y es como si alguien o algo lo hubiese escuchado y de la masa uniforme se desata una rubia con una mirada algo arribista a observar de manera tímida, casi molestosa el arte de David. Lo mira desde lejos, dudando, hasta que al fin se acerca por completo a preguntar los precios. “Mil pesos señorita. Consulte, vea”, le dice él con un sonsonete parecido al peruano. La mujer ve y se va. Pero David no se apoca ante esta derrota. Sabe que aún queda tarde y puede vender algo.